La tranquilidad es el tercer y último acto de El arte de querer.
La inocencia fue el primero.
La intensidad, el segundo.
Es como un laberinto. Recorres el pasillo bien pegada a la camilla, tan pegada que casi puedes tocarle el pelo. Quieres hacerlo, que sepa que estás ahí y que todo va a ir bien, pero te contienes. Giro a la derecha, después a la izquierda, de repente otro pasillo infinito. “Todo va a ir bien”, se lo dices mentalmente, sabiendo que lo escuchará. La luz, blanca, fría, parpadea sin parar. Como tu corazón, que va a mil por hora, que no entiende nada, que está asustado y perdido porque tú estás asustada y perdida en este laberinto.
Se suceden las pruebas y los minutos. En la sala de espera la luz es igual de blanca y fría, pero no parpadea. Tu corazón, en cambio, sigue bombeando más rápido de lo normal. No entendéis nada, tu corazón y tú. “Parece que es esto”, “se descarta esto otro”. Tú insistes, por si acaso, no vaya a ser qué: “¿Seguro que no…?”. Necesitas que te confirmen que todo va a ir bien porque le has prometido que así será.
Pasan las horas. La luz ya no es blanca ni fría, se ha hecho de día y el sol brilla con fuerza porque el sol nunca deja de brillar aunque tú estés asustada y perdida y el corazón te siga latiendo con tanta fuerza. Lo notas en el cuello sin necesidad de poner los dedos: bumbumbumbumbum. Hay que esperar a que la medicación le haga efecto, dicen. Bumbumbumbumbum. El silencio a veces puede ser aterrador. Bumbumbumbumbum. ¿Te imaginas que en las salas de espera de los hospitales sonara música de ascensor? Te ríes, papá te mira y sonríe, cansado, pero sonríe. Bumbum-bumbum-bumbum. Se asoma la enfermera. Bumbumbumbumbum. Os avisa de que todo está yendo como tiene que ir en estas circunstancias. Bumbum-bumbum-bumbum. “Todo va a ir bien”, le repites mentalmente.
Las horas siguen pasando. Por fin le ves después de muchas horas, después de tanto miedo. Le ves, le tocas el pelo, le coges la mano, le hablas, le escuchas, le quieres. Deseas quedarte en ese instante para siempre por si acaso, no vaya a ser qué. Pero al rato saldrás a la calle después de muchas horas, después de tanto miedo y, aunque por un momento parezca que llevas el silencio del hospital en los talones, de repente un pájaro piará, un coche pitará, alguien gritará hablando por teléfono, otro alguien soltará una carcajada, él te abrazará para que puedas volver a respirar.
Inspiras y notas cómo tus pulmones se llenan con normalidad después de demasiadas horas, después de tanto miedo. Tu cuerpo, hasta ahora agarrotado y en guardia, se vuelve frágil y endeble, te escuecen los ojos, te duele la cabeza, pero todo eso da igual. Sus brazos, su olor, su calor. Bumbum-bumbum-bumbum. A tus veintiséis años lo entiendes: de todas las formas, consecuencias, manifestaciones y sensaciones del amor, la tranquilidad de querer a alguien y vivir sabiendo que está bien, que todo está bien, desde hoy y para siempre será tu favorita.