La intensidad es el segundo de los tres actos en los que se divide El arte de querer, que no es más que un texto que me está encantando escribir y que he decidido partir en tres para que no se hiciera eterno.
La inocencia fue el primero.
Acabas de cumplir dieciocho. Los cumples en Roma, durante el viaje del último año de instituto. Tienes dieciocho años, las orejas con más pendientes de lo que a tus padres les gustaría, un grupo de amigas del alma, el corazón roto y mucho miedo a los hospitales. Todo es demasiado fuerte, demasiado borroso, demasiado intenso y a la vez tan liviano, tan inconsciente, tan jodidamente divertido. La música, tu cuarto, el alcohol, las clases, salir, entrar, reír, llorar, reír, llorar, reír… A ratos te mueres de la risa y a ratos, de la pena. Todo se ha vuelto tan fácil y difícil de repente.
Un día te despiertas y ya tienes dieciocho años y nada ha cambiado tanto como pensabas. “Y ahora, ¿qué?”. Quieres celebrar y, al mismo tiempo, buscar cobijo en la esquina del sofá; quieres disfrutar y, a veces, no sentir nada; quieres seguir creciendo y, a la vez, no preocuparte tanto por todo; quieres no separarte de tus amigas y también estar sola; quieres tomar decisiones sin consecuencias; quieres quererte y no hay otra opción; quieres reír y llorar y reír y llorar y reír… Es cierto, nada ha cambiado tanto como pensabas porque nunca pensaste que la que cambiaría, en realidad, ibas a ser tú.
No será de golpe. Serán detalles, pruebas, decisiones, aprendizajes, pasos que darás, a veces de manera inconsciente y otras con un nudo en la garganta. No será de golpe. Seguirás sintiendo todo a lo bestia durante mucho tiempo, es algo innato en ti, pero un día, en algún momento, gracias al amor recíproco de tu tropa, entenderás por fin que sentir todo tanto no es ningún lastre. No será de golpe. Habrá más reveses, tropiezos y decepciones y entonces dejarás de dar por hecho ciertas cosas, creencias e, incluso, personas; descubrirás por qué calidad siempre será mejor que cantidad; entenderás que está bien querer poder con todo sola, pero que no hay nada que se compare a la sensación de seguridad que da saber que hay un ejército de abrazos listo para avanzar cuando no puedas más. No será de golpe. Puede que nunca consigas hacerlo sin cierto remordimiento, pero un día aprenderás a priorizarte y no querrás parar.
Pero todo esto no lo sabes mientras paseas por el Coliseo con un globo verde y una sudadera azul de la UNIVERSITA ROMA por la que has pagado más de lo que deberías en una tienda de souvenirs. Ese día cumples dieciocho y todo es increíble y doloroso al mismo tiempo. Ni te lo imaginas, pero nunca nada será tan intenso como lo es ahora. En unos años, cuando veas por enésima vez las fotos de este viaje, tu sonrisa triste pasará desapercibida: solo tendrás ojos para la paciencia y la comprensión de quien te abraza en esos recuerdos. Entenderás entonces también que paciencia y comprensión son sinónimos de amor.
Así como a la tempestad le sigue la calma, la intensidad dará paso a la tranquilidad. Cuando vuelvas a Roma dentro de unos años lo sabrás: tiempo, todo siempre será cuestión de tiempo.