La inocencia es el primero de los tres actos en los que se divide El arte de querer, que no es más que un texto que me está encantando escribir y que he decidido partir en tres para que no se hiciera eterno.
Tienes siete años. “Casi ocho”, aclaras, enseñando exageradamente cuatro dedos de cada mano cuando alguien te pregunta. Tienes casi ocho años, las manos pequeñas y algo rechonchas, el pelo liso y largo. No tienes hermanos, pero sí un primo que ya ha cumplido los ocho, otro de seis y otra de cuatro años que representan el papel a las mil maravillas. Os veis casi siempre en casa de los abuelos. A veces algún viernes, a veces algún sábado os quedáis a dormir allí.
En casa de los abuelos huele a casa de los abuelos y a ti te encanta. No hace ni calor ni frío, hace la temperatura de casa de los abuelos. Las habitaciones, los cuadros de la abuela, los libros del abuelo, el ruido de la tele, la lámpara de la mesa del salón. Todo está como tiene que estar, allí todo sucede como tiene que suceder, todo lo que conoces, todo aquello que das por hecho. Todavía no lo sabes, pero esa sensación se llama seguridad y en un futuro la echarás de menos.
Cuando te quedas a dormir allí con tus primos, el abuelo os prepara un vaso de leche con canela antes de iros a la cama —el tuyo, siempre frío—. Por la mañana, te despiertas la primera. Escuchas el trajín de la abuela en la cocina. Intentas aguantar un rato más en la cama, pero el hambre te aprieta el estómago. “Buenos días, cariño”. Hay tanto amor en la sonrisa de la abuela al verte con los ojos hinchados y el pelo alborotado. Pero eso tampoco lo sabes todavía porque no tienes ni idea de lo que es el amor, ni mucho menos que existen distintos tipos de amor y que además se pueden manifestar de muy distintas formas.
Esperas sentada en una silla de la cocina mientras la abuela prepara el desayuno. Le miras. Su bata, su rulo, su cara lavada. Sus gestos. Es, simplemente, la abuela. Aún no lo sabes, claro, pero en unos años le mirarás con el mismo amor con el que te mira ella. Serás consciente entonces de que la cucharadita de azúcar que echaba al colacao de manera cómplice era amor y que el hecho de que tú te lo tomaras pese a no gustarte del todo el sabor, también.
Es amor el beso del abuelo al entrar en la cocina, el silencio mientras se toman el café leyendo el periódico, los comentarios y las quejas compartidas. Después de desayunar, el abuelo se irá a andar un rato largo y volverá para dar otro paseo más corto con la abuela y en un futuro entenderás que eso también es amor. Comprenderás, además, que no hay nada mejor que la complicidad y que por eso el abuelo tiene el poder de hacer reír a la abuela incluso cuando está muy enfadada. El amor se resume en detalles aparentemente insignificantes, pero eso, claramente, no lo sabes todavía.
Tienes casi ocho años, lo recalcas siempre que puedes. Te sientes mayor, crees saber mucho y mucho es, en realidad, lo que te queda por descubrir.
Estoy leyendo Los nombres propios, de Marta Jiménez Serrano, un libro precioso en el que me he inspirado para escribir esta carta. Lo recomendaré a partir de ahora y para siempre.
Antes de Los nombres propios, me leí La casa de Pineapple Street, de Jenny Jackson. Una lectura fácil, perfecta para desconectar.
En cuanto acabe Los nombres propios, empezaré por fin Intermezzo, de Sally Rooney. Demasiadas expectativas, ha sido inevitable.
Que hermoso! Me llevó a mi infancia en la casa de mis abuelos, tantos recuerdos. Ansiosa por seguir leyendo 🫶