Era un día como otros tantos. Marzo acababa de empezar y a mí marzo me parece un mes sin mucha gracia ni forma, un mes que hay que pasar igual que cruzamos puentes o cogemos aviones: una conexión entre una cosa y la siguiente. El mes empezó gris, con esa humedad fría que te cambia la temperatura corporal cada vez que inhalas, con esa sensación de letargo infinito, cuando los ojos no terminan de abrirse del todo y parece que las articulaciones obedecen con demasiada cautela las órdenes del cerebro.
Aquel día de primeros de marzo fui, con mis ojos entrecerrados y a paso muy lento, a ver a los abuelos. Nada nuevo, cada minuto es oro puro a estas alturas de la vida y esta certeza pesa mil veces más que la pereza que me genera marzo.
El abuelo me recibió en el rellano. No sé cuál fue mi primer recuerdo, la primera imagen que guardé sin querer para siempre cuando era pequeña, pero si pudiera elegirlo sería mi abuelo esperándome en el rellano. Un abrazo y un beso, a veces dos. Que qué quiero, “y no me digas que nada”.
Le conté a la abuela que estaba perezosa. “Qué aburrimiento este tiempo de marzo, abuela”, le dije. “¿Has visto cómo están las flores del melocotonero? Mira, mira”, me dijo ella, buscando, incluso sin darse cuenta, motivos para que la vida me pesara un poco menos. Salí a la terraza.


La terraza de los abuelos hace ya demasiado tiempo que dejó de ser una simple terraza. Restaurante especializado en barbacoas, solarium privado, espacio de juegos, rincón de charlas infinitas, lugar seguro en el que parar a respirar. Nuestro huerto favorito. Siempre, desde que tengo uso de razón, da igual el plan, incluso el momento del año, esa terraza ha estado presidida por una hilera de macetas que ha ido creciendo con el paso de los años. Tomates, luego tomatitos, también pimientos verdes, fresas incluso y, desde hace un par de años, melocotones. Todo cultivado y cuidado con mimo por los abuelos.
Aquel día de principios de marzo, salí a la terraza y ahí, mientras yo sentía que las nubes esa mañana pesaban más de lo normal, me encontré al melocotonero empezando a despertar, recordándome que ya queda menos para la primavera.
Era un día como otros tantos, pero acabó siendo el día en el que empecé a vivir marzo con otros ojos.
Cuánto bien hacen los abuel@s ❣️